Un documental francés indaga en la carrera del cantante español más internacional. Una contradicción viviente que lo mismo actuó en el Chile de Pinochet que intercedió a favor del gobierno del PSOE ante Henry Kissinger

15 de junio de 1977. Primera noche electoral en España desde 1936. Julio Iglesias es el invitado de honor de un programa televisivo que tiene más de entretenimiento que de informativo. “¿Ustedes no se creen que yo voy a hacer un discurso político ahora, verdad?”, dice con el papel de su nueva canción en la mano y gafas de montura setentera. El objetivo es calmar los ánimos, animar a la cohesión, ¿y quién mejor para hacerlo que el hombre que habla por igual a jóvenes y menos jóvenes? “Hoy ha sido un día de concordia para todos vosotros. Cada uno ha votado por su ideal. Ojalá que de este ideal salgamos ganando todos los españoles”, dice antes de entonar por primera vez una melodía compuesta por Ramón Arcusa. En un principio, la canción no había sido escrita para él, pero el del Dúo Dinámico pensó que era el único que podría cantarla. Y sin quererlo le dio la letra que más consiguió acercarse al enigma Iglesias: Soy un truhán, soy un señor.

La directora francesa Anne-Solen Douguet se ha sumergido en los archivos de España, Francia, Italia, Estados Unidos y otros países en los que el artista arrasó para el documental de Arte.tv Julio Iglesias, vida y obra. En él dibuja un retrato del cantante más internacional que haya exportado España. Un seductor —o conquistador, en todos los sentidos del término— capaz de meterse en el bolsillo incluso a aquellos que lo miraban con malos ojos. “Creo que es un hombre con un gran sentido de lo social pero sobre todo con un gusto muy grande por el poder. Siempre ha sabido conservar la neutralidad política, hablar a todo el mundo. Eso es lo que hace de él un diplomático”, cuenta Douguet a ICON.

En las horas y horas que Douguet ha pasado buceando por los archivos, abundan las imágenes con Juan Carlos I, Felipe González, Nancy Reagan o José María Aznar, a quién acompañó en el acto de cierre de campaña de 1996. Años más tarde, en 2004, cuando las relaciones entre España y Estados Unidos estaban en su peor momento por la reciente salida de las tropas en Irak, Julio (¿acaso hay otro?) se encargó de mediar a petición de José Bono. “Me llamó Pepe y me dice, ¿Julio, me puedes ayudar? Yo no conocía a [Donald] Rumsfeld, ministro de Defensa americano, pero sí conocía a Henry Kissinger. Entonces le llamé y le dije que iba a ir nuestro ministro de Defensa al Pentágono a reunirse con Rumsfeld y que le recibiera”, recuerda Julio Iglesias en una entrevista. Su intervención facilitó el retorno de las relaciones diplomáticas entre los países. “Creo que es su neutralidad lo que hace que Julio nunca haya tenido demasiadas críticas”, comenta Douguet. “Él quería hablar con todos. Al principio era cercano al régimen porque no tenía elección. Si no lo hubiera sido no habría tenido una carrera. Pero no he tenido el sentimiento de que fuera prorrégimen, al contrario, siempre que tenía oportunidad defendía la democracia e incitaba a la gente a ir a votar, en España, en Chile…”.

Julio IglesiasJulio Iglesias actúa en el Royal Albert Hall (Londres), el 13 de mayo de 2014.Samir Hussein (Getty Images)

Sus inicios en la España de 1968 no fueron tan neutrales. Su padre, Julio Iglesias Puga, ginecólogo bien situado en los círculos franquistas, intervino para que su hijo participara en el Festival de Benidorm, donde un tímido Julio, con 25 años, tuvo que romper el caparazón y cantar ante el público la primera y única canción que escribió para sí mismo, La vida sigue igual. Fue el fruto de dos años de convalecencia de un accidente que acabó con su sueño de ser portero para el Real Madrid. Iglesias pensó entonces estudiar leyes y hacer carrera diplomática. Curiosamente, no consiguió ninguna de las dos cosas, pero con su música se convirtió en el mejor relaciones públicas de España, incluso (y sobre todo) en las altas esferas políticas.

El documental acaba con los clichés del músico “pasado de moda y con canciones un tanto horteras” que han quedado para las nuevas generaciones de franceses. Muchos, señala Douguet en una entrevista en un hotel de Montmartre, piensan que Julio era medio francés o que vive en Francia porque siempre lo han escuchado cantar en su idioma. En realidad, era una pieza más del puzzle que explica su éxito: adaptó sus canciones a 14 lenguas para convertirse en uno más en países con los que la mayoría de músicos españoles de aquel momento no podía ni soñar.

Para contar la biografía de Julio Iglesias, Douguet se vale de la historia de España. El éxito de Julio no se entiende sin el franquismo. Su carrera internacional pudo llevarse a cabo porque él representaba a esa España que querían vender de puertas afuera: joven, educado y con talento. “Él se aprovechó de las libertades que le ofrecía el régimen, que no era igual con el resto de artistas. Pero sé por varias fuentes que Julio intervino ante el régimen a favor de al menos uno o dos artistas opositores”.

Su aparente neutralidad le llevó incluso a actuar en países que acababan de sufrir una fortísima represión, como Chile. En 1977, poco tiempo después de que el Estadio Nacional de Chile fuera utilizado como prisión y lugar de torturas por el régimen de Pinochet, Julio Iglesias llenó el estadio con sus fans a quien dedicó un emotivo momento: la subida de Papuchi (su célebre apodo) al escenario, levantando al público en un sinfín de gritos y aplausos. “Canto a los pueblos. He cantado a todos, he cantado en Chile en épocas fuertes y no estoy arrepentido, ¿por qué voy a limitarme? Yo y muchos más. No creo que sea el único. Todos han cantado”, afirmó entonces el cantante en una entrevista. Douguet lo resume así: “Es un oportunista. Su droga era el escenario. Tener público que cantara con él y lo mirara. Poco más le frenaba”.

Julio Iglesias And Family.

Julio Iglesias con su exmujer, Isabel Preysler, y con su hijo Julio Iglesias Junior, en 1975, en Madrid.Gianni Ferrari (Getty Images)

¿Un don inigualable para mantenerse neutro o un hombre de su tiempo? ¿Se le permitiría ahora a un artista tener esas intervenciones? Probablemente no, como tampoco resulta creíble pensar que la opinión pública reaccionaría igual a su relación con las mujeres. “Me encantan las mujeres. Necesito mucho su presencia, son un gran estímulo para mí. Eso es muy hispánico. Me gusta el cariño y la ternura de una mujer más que nada. Necesito un contacto físico que me haga sentir viril”. Acompañado cada día de una mujer, un Julio recién divorciado asumía públicamente que había “fracasado” en construir una familia después de que Isabel Preysler le dejara. Preysler estaba enamorada del hombre, pero el cantante era un Don Juan, de flor en flor dentro del matrimonio, aunque extremadamente celoso y aspirando a que su esposa solo saliera en su compañía. “Julio es un machista, como su padre”, apunta el documental. “Juega usted un doble juego — le interroga una periodista francesa en los ochenta —, en escena es un conquistador, hace movimientos provocadores… Pero escuchando sus canciones es una víctima, da a las mujeres ganas de consolarlo”. Julio ríe, calla y otorga: “El amor es el centro de su comercio. Julio Iglesias no cambiará”.

Tampoco lo hará por sus hijos mayores cuando tras haber crecido en su sombra, intentan hacer carrera en la música. Están más acostumbrados a encontrar calor en el regazo del mánager de Julio Iglesias, Alfredo Fraile, que en el de su propio padre. Enrique prefirió intentarlo a sus espaldas, con un nombre falso, el dinero de su niñera y la ayuda del ex-jefe de prensa de su padre, Fernán Martínez. Y arrasó. Julio Iglesias Junior quiso ir de su mano y nunca trascendió. Hasta la década de los 2000, Julio había conseguido adaptarse a los nuevos tiempos. Seguía llenando salas, cada vez más pequeñas, pero quería seguir siendo el número 1, y desde luego, no estaba dispuesto a compartir la fama con su hijo, con quien nunca se subió al escenario.

“En los años noventa seguía vendiendo muchísimos discos pero a partir de los 2000, esa música ya no hablaba a las jóvenes generaciones. Creo que cuando Enrique llegó no estaba listo para ceder el testigo. No quería tener su competencia”, opina Douguet. La música y el calor de la gente eran superior a “cualquier estado de amor”, confesaba en entrevistas, y eso pareció superar durante décadas lo que le podía dar una familia. “No hay mejor cura que el cariño de mucha gente en el escenario. Y eso me pasa a mí todos los días”.

Julio Iglesias durante un viaje por Bahamas en 1985.Julio Iglesias durante un viaje por Bahamas en 1985.Raúl Cancio

El fino retrato que ahora difunde la televisión francesa, disponible hasta junio, no incluye sin embargo entrevistas con el cantante, que en septiembre cumplirá 80 años, ni con su círculo cercano. Y hay varias razones. La primera es que no se trata de un reportaje de investigación, sino del retrato de un artista pop que conquistó el mundo. Pero la razón más singular es sin duda el miedo de Douguet a que el personaje le conquistara y perdiera la objetividad. Douguet realizó una larga lista de entrevistas con personas que lo habían conocido o que lo habían entrevistado. “Ni una me habló mal de él. Todos acabaron seducidos por él, incluso los que tenían prejuicios”. Dicen que es un hombre inteligente, encantador, con el que pasas una hora y tienes la impresión de ser su mejor amigo. De los más jóvenes a los más viejos: todos estaban de acuerdo. Tiene un impresionante poder de seducción”.

Si todo el mundo parecía seducido por Julio Iglesias, ¿iba ella a poder escapar a la alargada sombra del cantante que consideraba más importante “encantar que cantar”? “Cuando empecé a investigar me dije, no es posible, hay cosas escondidas, gente que no le quiere, no puede ser tan encantador, pero es que incluso las personas con las que se enfadó hablan bien de él. He acabado por decirme que sí lo era”.

Julio Iglesias siempre ha logrado salir adelante sin manchas. A veces, cuerdo, a veces, loco. Un amante de la vida, de la que ha tomado de todo un poco. Casi fiel en el amor y ya saben ustedes cómo sigue la canción. La única, tal vez, capaz de desvelar el enigma de este hombre de su tiempo.